06 de marzo de 2015, San Juan, Argentina.
“No soy de aquí, ni de allí, sino de todas partes” (San Vicente)
La Liturgia de este día nos presenta la parábola de los viñadores en que Jesús muestra el valor de proteger la viña a la que nos ha reunido a trabajar. Participar en su viña por medio de las acciones llenas de amor, es la que lograra conseguir buenos frutos.
Hoy la Compañía de las Hijas de la Caridad comparte con alegría la noticia del ingreso al postulando de la Señorita Lilian Baccino Green, de 28 años de edad, proveniente de Uruguay, dicha experiencia se llevara a cabo en la Comunidad Margarita Nasseau en la Ciudad de San Juan, Argentina.
Se une la Señorita M. Jeannette Martínez Morales, proveniente de Chile, quien continuara su proceso de Postulantado.
Las Hermanas de la Comunidad Margarita Nasseau le dan la bienvenida, ponen en las manos de la Santísima Virgen sus vidas, que ella sea modelo de sierva para responder a la vocación a la que Dios las ha llamado.
De la Curia de la Congregación de la Misión en Roma…
De: Sister Monique, via Filles de la Charite, PARIS
Domingo por la tarde el 1 de marzo de 2015, recibí un mensaje de M. Francoise, un delegado de la Sociedad Internacional de San Vicente de Paul, y me las arreglé para llegar a ella por teléfono.
Ella era salir para París, y se derrumbó ante la noticia que acababa de recibir: fueron secuestrados miembros de la Sociedad de San Vicente de Paul en Siria, junto con sus esposas e hijos. Los niños fueron aislados y puestos en jaulas. Los adultos que no niegan su fe serán decapitados, y sus hijos quemados vivos en las jaulas. M. Francoise había estado en contacto regular con varios de ellos antes de que todo esto ocurrió. Ella me pidió que transmita la noticia y hacer un ferviente llamado a rezar por estas personas, y todos los que son tomados como rehenes.
Vamos a permanecer unidos en la oración ferviente, y tienen como nuestra intención el bienestar de todos los hermanos y hermanas en la fe cristiana que están siendo rehenes
De la Curia de la Congregación de la Misión en Roma…
De: Sister Monique, via Filles de la Charite, PARIS
Domingo por la tarde el 1 de marzo de 2015, recibí un mensaje de M. Francoise, un delegado de la Sociedad Internacional de San Vicente de Paul, y me las arreglé para llegar a ella por teléfono.
Ella era salir para París, y se derrumbó ante la noticia que acababa de recibir: fueron secuestrados miembros de la Sociedad de San Vicente de Paul en Siria, junto con sus esposas e hijos. Los niños fueron aislados y puestos en jaulas. Los adultos que no niegan su fe serán decapitados, y sus hijos quemados vivos en las jaulas. M. Francoise había estado en contacto regular con varios de ellos antes de que todo esto ocurrió. Ella me pidió que transmita la noticia y hacer un ferviente llamado a rezar por estas personas, y todos los que son tomados como rehenes.
Vamos a permanecer unidos en la oración ferviente, y tienen como nuestra intención el bienestar de todos los hermanos y hermanas en la fe cristiana que están siendo rehenes
El Segundo Domingo de Cuaresma se nos dice que escuchar a Jesús es una característica esencial del cristiano. Hoy nos propone vivir con Él la experiencia del Monte Tabor, donde Dios nos invita a escuchar a su Hijo predilecto y transfigurar los corazones.
La Constitución 49, señala que cuando Dios escoge a alguien para una vocación particular, es Él mismo quien se compromete a señalarle el camino. Poco a poco, a la luz del Espíritu, la senda se perfila y la formación cobra su sentido: ayudar a vivir la vocación como una configuración progresiva con Cristo…
Nos sentimos alegres y agradecidos por el paso que darán como Prepostulantes las Señoritas:
Yolanda Marisel Medina Aranda: 23 años de edad, proveniente de la ciudad de Ybycui. Es la novena de 10 hermanos; hija de Pedro y María Salomé.
Susana Guachalla Nina: 24 años de edad. Proveniente del Departamento de la Paz. Fue estudiante del Colegio San Vicente de Paúl en la Paz, perteneciente a la Compañía. Es la cuarta hija de un total de 7, sus padres son Don Fidel y Sra. Primitiva.
Se une a ellas la Srta María Denisse González Recalde quien continuará esta etapa ya iniciada
La Provincia a través de la comunidad formadora del Hogar Sor María del Carmen, y también a través de nuestras Visitadora Provincial, Sor María Isabel Ruiz, además del P. Director Pedro Duarte y las hermanas de la comunidad del Hogar El Atardecer, les damos la bienvenida, las acogemos con cariño y los Pobres las esperan.
Algunos tiempos cuaresmales en la vida de nuestra santa fundadora, no estuvieron exentos de agitadas urgencias meramente temporales. En febrero de 1651 en una carta a sor Bárbara Angiboust, Luisa de Marillac estaba preocupada por la compra de “peritas buenas, bien sanas” y la entrega de un dinero “para el maestro”. Frente a las acometidas del mundo cotidiano, el Espíritu Santo ordenaba su mística pluma con frases sublimes: “Suplico a Nuestro Señor que entremos bien en este desierto de la penitencia y soy en su santísimo amor”.
Años antes de su fallecimiento y a días de la semana Santa de 1657, su alma penitente se ve forzada a solicitar a Señor Vicente, por cierto, con no poco rubor debido a ciertas molestias corporales, permiso especial para alivianar sus ayunos. En esta situación personal, Luisa no esconde su buen celo por la Esperanza y la comunidad de vida que está consolidando, su salud queda en otro plano: “Olvidaba preguntar a su caridad... se encargue de que nuestras Hermanas coman asado el día de Pascua”.
Enfrentada a una coexistencia estatuida por la fragilidad corporal y las necesidades materiales de lo mundano, Luisa de Marillac antepone las virtudes de la obediencia (“...sabe muy bien que preferiría morir antes que desobedecerle...”; febrero de 1656) y la humildad (“Le suplico por amor de Dios me permita continuar las comidas como las vengo haciendo desde que empezó la Cuaresma: huevos y caldo de cebada”; febrero de 1657). Ante esta vivir la fe virtuosamente, ella no puede dejar de dar respuesta celosa al amor que la tiene desposada, ya que fructifica aún más en “acción de gracias” su misión de maestra de jóvenes devotas y maestra de maestras. Es así como en el poblado de La Roche-Guyon, lugar donde las Hijas de la Caridad servían a los enfermos sin techo, a las manos de sor Clara Jaudoin llega una sutil carta con fecha 27 de febrero de 1659. La caligrafía pertenece a nuestra santa. Luisa está apenada de que su sor Clara no la acompañe en los ejercicios espirituales propuestos para Cuaresma, los motivos son apostólicamente más nobles: “...este tiempo es de verdadera cosecha para sus niñas de la escuela, a las que tiene que instruir y prepara”.
Luisa de Marillac, lejos de centralizar la Cuaresma como tiempo monopólicamente penitente, e independiente de sus problemas de salud y preocupaciones temporales, entiende que la formación de las hermanas y las cosas que nos afirman en la tierra han de continuar con mayor firmeza, porque es “la época más atareada”, pues se debe fortalecer la Esperanza “para celebrar la Pascua y cumplir con ella”.
Podemos concluir que en la disposición de santa Luisa en preparación a la Resurrección del Señor, tal vez recordando alguna palabra benedictina del Abad de Vaux, deja de lado el dolor, las alegrías y las máscaras del convivir (cf. Mt 6), y comprende con ayuda del Santo Espíritu que hay que imponerse “en estos días alguna cosa más en la tarea acostumbrada de nuestra servidumbre...” (Regla de Benito cap. 49 La observancia de la Cuaresma). Porque Cuaresma es tiempo de ofrecimiento y esperanza, de “... suavidad y delicadeza” (Correspondencia. 675), de introspección comunitaria que nos lleva a reconocer las bondades que el Señor derrama constantemente, aún en pleno estado de penitencia que no hace más –a ratos– hacernos recordar las negligencias del pasado. Sin embargo, al final de 40 días sabremos que lo propio del carisma mariano-vicentino, cuando nos hacemos acompañar de santa Luisa: es el ejercicio diario de “la tolerancia, unión y cordialidad entre ustedes” (Ídem).
Oración de amor y sinceridad
Descansa Señor en mi pecho.
Dame el anillo que simboliza nuestro amor absoluto
y hazme, de una vez por todas, tu Iglesia-Esposa.
Llévame al desierto para llorar mis descaminadas
y por la mañana –al igual que Jacob–
manifiesta tu divinidad con una escalera de virtudes
que van hacia tu Morada donde está María.
En mis hambres que esperan maná
hallarás, quizá de manera esquiva,
mi escueta respuesta, mis barrosas manos.
Roma, 18 de febrero de 2015
Miércoles de Ceniza
Queridos hermanos y hermanas de la Familia vicenciana,
¡Que la gracia y la paz de Nuestro Señor Jesucristo estén siempre en nuestros corazones!
El tiempo de Cuaresma es un tiempo propicio para la meditación de los misterios de nuestra fe. De nuevo, estamos invitados a unirnos a Jesús en camino hacia Jerusalén, para acompañarle hasta el calvario, esperar en silencio junto al sepulcro y conocer la gloria de su resurrección de la que nos hace partícipes. El evangelio del miércoles de Ceniza nos recuerda que detrás de la riqueza de los símbolos externos de este tiempo de gracia, la Cuaresma es un recorrido interior “Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará” (Mt 6, 6).
El tema de esta reflexión de Cuaresma está centrado en la reconciliación, la paz y la humildad; lo he escogido a partir de la experiencia adquirida en las visitas pastorales a los servicios de las Hijas de la Caridad en Corea del Sur y en Nagasaki, Japón, en Mauritania y Túnez, África. En medio de las inquietudes, las tensiones, dolores y sufrimientos que vivimos en nuestro mundo y en nuestras propias vidas, la Cuaresma nos proporciona numerosas ocasiones para entrar en “el espacio interior” de nuestra alma, para encontrar y acoger un concierto de consuelos que nos llegan gracias a la reconciliación, la paz y la humildad.
La reconciliación
Cuando visité a las Hijas de la Caridad en Corea del Sur, me llevaron al “Parque de la reconciliación”, que es una franja de tierra entre Corea del Sur y Corea del Norte. Fue construido después de la guerra de Corea, en un esfuerzo de colaboración entre el gobierno y los ciudadanos; los coreanos van allí para reflexionar y orar por la reconciliación en esta península formada por dos países, pero por un solo pueblo que comparte la misma historia, lengua y cultura. Las Hijas de la Caridad hicieron de nuestra visita una peregrinación mientras caminábamos tranquilamente meditando y rezando por el parque. Esta experiencia está relacionada con la Cuaresma, que nos invita a buscar la reconciliación en nuestras propias vidas, comenzando por la reconciliación interior cuando tomamos conciencia de que somos los hijos predilectos de Dios. Solo entonces podemos acercarnos con gestos de reconciliación a nuestras familias, vecinos, a nuestras comunidades religiosas, a nuestro trabajo, servicios y asociaciones a las que pertenecemos. Actuando así, intensificamos nuestros vínculos de hermanos y hermanas en nuestro Señor Jesucristo.
Cuando dejamos que este espíritu de reconciliación impregne nuestras vidas, podemos identificarnos con el Hijo Pródigo cuyo relato nos ofrece la Escritura durante la Cuaresma. Nosotros que estábamos “muertos”, hemos vuelto a la vida; estábamos perdidos y “hemos sido encontrados” por nuestro Padre que quiere “celebrar y alegrarse” con nosotros (Lc 15, 32). San Vicente de Paúl, que gastó su vida llevando la reconciliación a las personas procedentes de todos los medios sociales, decía: “El bien de la paz y (de la reconciliación)…es tan grande y tan agradable a Dios que El mismo dice a cada uno: Inquire pacem et persequere eam. Buscad la paz y corred tras ella” (Carta 158 del 16 de septiembre de 1633, SV I, p 264).
En esta Cuaresma, oremos por la reconciliación entre las naciones, por ejemplo entre Corea del Norte y Corea del Sur, entre las regiones, los países y en nuestras familias y comunidades, para que nuestras vidas y actos reflejen el amor de Cristo que trae la reconciliación. Solo a través de la persona de Jesús, podemos realmente llegar a una auténtica reconciliación con un efecto duradero en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad.
La paz
La paz es un fruto de la reconciliación, que me lleva a mi segunda peregrinación a Kobé en Japón, durante mi visita a los Cohermanos paúles y a las Hijas de la Caridad. Fuimos a Nagasaki, una ciudad que cuenta con el mayor número de católicos en Japón. Como lo atestigua la historia, una bomba atómica sacudió Nagasaki el 9 de agosto de 1945. Después de esta terrible experiencia, Japón y algunas personas de buena voluntad buscaron una manera visible de promover la paz en medio de esta tragedia. Construyeron un “Parque de la paz”, que visitamos, lleno de símbolos de paz ofrecidos por países y personas de todo el mundo.
El principal símbolo que atrajo mi atención fue la estatua de un hombre sentado, con un brazo extendido y el otro elevado hacia el cielo, representando una llamada a la paz. Con un pie en el suelo y el otro cruzado sobre su rodilla, quiere simbolizar que la búsqueda de la paz comporta una necesidad de contemplación (un pie cruzado) y de acción (un pie en el suelo). La mano tendida simboliza también que todos los hombres deben ser artesanos de paz y la mano alzada hacia lo alto, indica que se necesita la ayuda de Dios para suscitar verdaderas obras de paz.
La raíz de la reconciliación es la paz, necesaria para cada uno de nosotros, y comienza en nuestros corazones. Solo después se enraíza en nuestras familias, en nuestras comunidades religiosas, en nuestros vecinos, en nuestro trabajo, nuestros servicios y en las asociaciones a las que pertenecemos. Como Familia vicentina, debemos esforzarnos por cultivar la paz y promoverla de todas las maneras posibles. San Vicente nos recuerda que “la caridad exige que procuremos poner paz allí donde no la hay” (Carta 2138 del 23 de abril de 1656, SV V, p. 570).
Esta Cuaresma nos ofrece un momento ideal para orar por la paz puesto que vivimos en un contexto de constantes amenazas de guerra, terrorismo y violencia en nuestro mundo. Este camino hacia la reconciliación, cuyo fruto es la paz, se realiza practicando la virtud de la humildad. He visto esta virtud encarnada con fuerza en hechos concretos durante mi visita a las Hijas de la Caridad en Mauritania y en Túnez.
La humildad
Para ejercer su servicio a los pobres en estos países, las Hijas de la Caridad deben hacerlo humilde y discretamente. En Mauritania, un país que dice ser musulmán al 100%, las Hijas de la Caridad trabajan con comunidades religiosas de origen cristiano que no están reconocidas por este país como entidades visibles. En estos países, las Hijas de la Caridad practican una gran humildad, personalmente y en comunidad, porque trabajan en asociaciones laicas que sirven a los pobres. Ellas no tienen la responsabilidad y deben trabajar con quienes las dirigen.
Vivir y trabajar en tal ambiente exige reconciliación y paz interior para aceptar estas circunstancias. Esto invita sobre todo a una verdadera humildad, a una “kénosis” para vaciarse de sí mismo. Vivir en un entorno en el que no se es ni aceptado, ni reconocido, es difícil. Es aún más delicado cuando no existe la posibilidad de dar un testimonio público de Iglesia, ni de nuestro carisma vicenciano.
Así, esta práctica de la virtud de la humildad no es posible más que mediante una sólida vida interior de oración y un apoyo mutuo en comunidad. Nunca es fácil abandonar la necesidad de control y la búsqueda de aprobación y de reconocimiento del ego humano. La presencia de las Hijas de la Caridad de la Provincia de África del Norte es un testimonio discreto pero firme de la virtud de la humildad. Permite la continuidad de nuestro carisma de servicio a los pobres, sobre todo en la atención a las personas que viven en los márgenes. Son los pobres de Dios y de san Vicente, los pequeños que a menudo son apartados e incluso olvidados.
Las Hijas de la Caridad y los miembros de la Familia vicenciana, sirven hoy en situaciones parecidas a través de todo el mundo. En su servicio humilde y con frecuencia escondido, no forman más que una unidad con los pobres por su testimonio voluntario. San Vicente decía: “La humildad consiste en anonadarse ante Dios y en destruirse a sí mismo para agradar a Dios en su corazón sin buscar la estima y la buena opinión de los hombres, y en combatir continuamente todos los impulsos de la vanidad… La humildad hace [que la persona] se anonade, para que sólo se vea a Dios en ella y se le dé gloria a Él” (Conferencia del 22 de agosto de 1659, SV XI-b, p. 587-588).
Un corazón lleno de misericordia
El mensaje de Cuaresma del Papa Francisco lleva por título: “¡Fortalezcan sus corazones!” (St 5, 8), un tema muy adecuado para nuestra reflexión. Solo practicando la humildad, la paz y la reconciliación nuestros corazones podrán permanecer firmes y anclados en la misericordia y el amor de Cristo. La Cuaresma es un tiempo para buscar una renovación interior en la oración, la inmersión en la Escritura, la Eucaristía diaria y la vivencia de nuestro carisma vicentino de servicio a los pobres. Todo esto nos invita a tener un corazón fuerte. Escuchemos estas palabras del Santo Padre:
“Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro. Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Mensaje de Su Santidad el Papa Francisco para la Cuaresma 2015, p. 3).
Que esta Cuaresma nos ayude a crecer en el amor a Cristo y a nuestro carisma vicenciano mientras avanzamos por el camino de la reconciliación y entramos en el sendero de la paz con “corazones quebrantados y humillados” (Salmo 50, 19).
Su hermano en san Vicente,
G. Gregory Gay, C.M.
Superior General
Casa Provincial en Asunción
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